Primera Lectura (1 Juan 2:3-11)
3 En esto sabemos que le hemos conocido: en que guardamos sus mandamientos. 4 Quien dice: «Yo le conozco», pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y en ése no está la verdad. 5 En cambio, quien guarda su palabra, en ése el amor de Dios ha alcanzado verdaderamente su perfección. En esto sabemos que estamos en Él. 6 Quien dice que permanece en Dios, debe caminar como él caminó.
7 Queridísimos: no os escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado.
8 Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que se verifica en él y en vosotros, porque las tinieblas van desapareciendo y brilla ya la luz verdadera. 9 Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas. 10 Quien ama a su hermano permanece en la luz y no corre peligro de tropezar. 11 En cambio, quien aborrece a su hermano está en las tinieblas y camina por ellas, sin saber adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
- Palabra del Señor.
- Gracias a Dios.
Responsorio (Sal 95,1-2a.2b-3.5b-6)
- Alégrese el cielo, goce la tierra
- Alégrese el cielo, goce la tierra
- Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre.
- Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.
- El Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo.
Anuncio del Evangelio (Lucas 2:22-35)
— El Señor esté con vosotros.
— Y con tu espíritu.
— Proclamación del Evangelio de Jesucristo + según San Lucas.
— Gloria a Ti, Señor.
22 Y cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23 como está mandado en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor; 24 y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley del Señor. 25 Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. 26 Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor.
27 Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar los padres con el niño Jesús, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, 28 lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: 29 —Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: 30 porque mis ojos han visto tu salvación, 31 la que has preparado ante la faz de todos los pueblos: 32 luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.
33 Su padre y su madre estaban admirados por las cosas que se decían de él. 34 Simeón los bendijo y le dijo a María, su madre: —Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción 35 —y a tu misma alma la traspasará una espada—, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones.
— Palabra de la Salvación.
— Gloria a Ti, Señor.
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